jueves, 30 de julio de 2009

El múltiple robo

La noche del sábado 25 de julio Karina Montoya llegó a su casa a descansar después de un agotador día de trabajo. Cuando se bajó del vehiculo olvidó tomar un bolsón negro de piel donde traía su cartera, la credencial de elector, su celular y los 4 mil 800 pesos que había cobrado en la venta de ropa para bebé. Al otro día encontró las portezuelas de su carro violadas. El bolsón grande de piel había desaparecido y el tablero de carro tenía un hueco justo donde había estado el estereo. Le habían robado.
Los ladrones, cuatro jóvenes de uno de 19, otro de 18 y dos de 17 años fueron aprehendidos después de que un vecino de la casa de enfrente hubo avisado a la policía en el momento del robo. La captura fue posible debido a que a esa hora la patrulla policial andaba por allí, cumpliendo con su rondín de rutina.
No eran unos ladrones comunes. Hay que decir que los cuatro jóvenes delinquían mientras paseaban en una camioneta explorer que uno de ellos le pedía prestada a su padre, y que fue precisamente en este vehículo donde Karina pudo a ver la bolsa con sus pertenencias desperdigadas sobre el asiento esa misma mañana.
Se calcula que el robo sucedió alrededor de las dos treinta de la madrugada y que a esa hora los maleantes estaban estacionados a una cuadra del domicilio tomando cerveza y confeccionando sus nuevas fechorías.
Entre sus herramientas traían una varilla de construcción, que por lo regular son circulares, de fierro macizo. Sin embargo se cree que el vehículo de Karina fue abierto con una herramienta más sutil pues en apariencia el automóvil permaneció entero y sin rasgaduras.
Cuando la policía llegó los ladrones emprendieron una carrera hacia la camioneta, pero los agentes actuaron con rapidez, a pesar de los intentos de los asustados pillos.
Los ladrones antes de ser subidos a la patrulla se preocuparon por dejar la explorer bien resguardada (por aquellos de los robos). Recordaron que estaban justo a unos metros de Ingenio del Aguila y J.G. Ortega, la esquina donde se encuentra la casa de unos amigos, así que rogaron a los agentes que les dieran tiempo de hacer una visita y encomendar las llaves del vehículo. Los agentes aceptaron y los amigos también. La camioneta fue puesta en resguardo.
Acto seguido los agentes metieron a los ladrones a la patrulla y se los llevaron, junto con el bolso robado.
Ese mismo día Karina se presentó a en la agencia del ministerio público y su denuncia fue rechazada. La empleada en cuestión dijo que no podía formularla sin los nombres de los acusados, quienes todavía no llegaban porque estaban en interrogación. Es sólo una cuestión técnica le dijeron, habrá que regresar e intentarlo de nuevo.
Al siguiente día le informaron que los asaltantes habían sido liberados por “faltas de pruebas” en relación al atraco. La perplejidad la había dejado muda. El dinero y el celular habían desaparecido para entonces, pero los empleados del ministerio le habían mostrado que tenían en su poder el estereo, su bolsa con la ropa de sus hijas y su credencial de elector.
A Karina le dejó pasmada el que la policía dejara en libertad a los responsables del robo con tanta premura. Los dos muchachos de 17 años salieron libres en cuanto sus padres comprobaron que eran unos menores.
Francisco Sierra, de 19 años, quien manejaba la camioneta jugó un papel protagónico cuando el padre, dueño del vehículo, apareció en el Ministerio Público. Llamó la atención que este hombre entrara de una manera holgada y repartiera abrazos efusivos y prolongados apretones de manos entre los funcionarios del ministerio. Hubo un momento desconcertante. Entonces unos de los agentes lo dijo con desgano: “es el comandante”.
Karina lo supo ese mismo día: el padre de uno de los ladrones solía trabajar como comandante en alguna de esas fuerzas policiales. Los funconarios del ministerio lo conocían desde hace tiempo y lo trataban con familiaridad, por eso tanta camaradería y complacencia. El padre del malhechor -asombrado por los sucesos- hizo tratos con la justicia. No hay más que entender, todo está claro.
El intento por encerrar a los ladrones se había esfumado. Sólo quedaba el recuperar las pertenencias robadas, cosa que ha sido imposible aún después de todos estos días que han transcurrido desde el atraco y las múltiples visitas a las oficinas del ministerio.
La encargada del mostrador dice que no puede devolver el bolso, ni el estereo, hasta que Karina presente dos testigos que aseguren que dichos objetos –incluyendo la credencial de elector, con su foto y domicilio- son de su pertenencia.
Francisco Eduardo Sierra Alcaraz es un chico que le gustan los pantalones de tubos anchos y las camisetas flojas, muy a la moda de los muchachos de los barrios de Detroit y del Bronx, en Estados Unidos. Se trenza una melena que le llega a la cintura y, según informes de los agentes, es un ladrón reincidente y un dolor de cabeza para su padre, quien trata de negociar con las víctimas cada vez que su muchacho descocado corre con la mala suerte de ser atrapado. Pero esta vez Karina, la directa víctima, rechazó los ofrecimientos del padre y quería justicia. En un momento de debilidad ella aceptó recibir un dinero que cubriría el costo de lo robado. Pero el padre del muchacho encontró en en el ministerio público no solamente un saludo de buen talante, sino también la solución que en ese momento necesitaba para salir del escollo.
Fuera de la oficina, al encontrarse con Karina, a quien minutos antes le había rogado por una negociación, dijo que ya no tenía nada que ver con ella. “Olvídese del trato”-afirmó- ya no es necesario.
El muchacho Sierra Alcaraz respiró aliviado. Su padre, una vez más, lo había salvado. Y ahora se acomodaba la ropa que los empujones de la madrugada anterior hacían más ancha y estrafalaria, y con un aire de autosuficiencia se dispuso a regresar a sus quehaceres normales. Lo primero que tenía que hacer, por supuesto, era recuperar la explorer. Fue a la casa de sus amigos en Ingenio del Aguila y J.G. Ortega. Sus amigos no estaban, pero la camioneta sí, todo bien, todo normal, sólo que el hueco en el tablero le indicaba que faltaba el estereo. Fue un momento metalizado y punzante como una varilla. Sintió caer en un momento de violencia y desesperanza. Se dio cuenta que sus propios cuates, sus fieles amigos, le habían robado. Al menos así lo dejó ver cuando quiso, indignado, poner su denuncia en el ministerio público.

martes, 28 de julio de 2009

El Procampo y los periodistas

Que los apoyos de Procampo iban a parar a manos de agricultores pudientes, que los políticos favorecían a sus compadres, que era injusta la asignación de los recursos al campo. Todo ésto ya lo había dicho el quejoso campesinado, pero sus denuncias parecían irse al espacio y perderse en insondables hoyos negros.
No había manera de sacar esta verdad a flote. La clase política se cutodiaba a sí sola: el compradito en apoyo al compadrito y los medios de comunicación -que bien sabían de esta demanda- seguían en sus coqueteos con los funcionarios a fin de conservar sus ingresos por concepto de publicidad oficial.
Es de inocentes el creer que después de 15 años ningún reportero de ningún medio local haya escuchado lo que enardecidamente los campesinos han gritado, una y otra vez, con la tremenda franqueza que caracteriza a la raza norteña: "los apoyos sólo llegan a los ricos".
Confieso que formo parte del gremio de periodistas ineptos, pues yo misma -lo digo contrita- escuché esta acusación en un desayuno del campesinado priísta de El Carrizo en apoyo a Rolando Zubía en pasado 30 de junio.
El desvío de estos fondos tuvo que ser denunciado en plena tribuna por una diputada de la izquierda y de allí, la mecha tendida y bañada en petróleo llevó el fuego a la pólvora.
Una vez más -véase Fobaproa- los ciudadanos descubren que han sido traicionados, que los funcionarios en quienes depositaron su confianza han resultado ser unos bandidos sin escrúpulos, capaces de saludar con la más sincera de las sonrisas minutos después de haber asestado -en un acto de delirante locura- golpes a diestra y siniestra y encedido un cerro de hierba seca provocando la mayor de las quemazones.
Con este nuevo descubrimiento no solamente quedan destapados los personajes públicos en cuestión; también resultan involucrados los medios de comunicación que, en largos 15 años se quedaron callados. Nadie dijo nada. Las voces que salían del campesinado se perdían en los aires de las montañas y nadie las escuchaba porque los reporteros hambrientos por la nota del día y las declaraciones de los funcionarios omitieron una y otra vez uno de los preceptos del periodismo conciente: el de dar voz al que no la tiene.
Una vez más se devela que en la pirámide del poder los periodistas y los medios de comunicación tienen algo que ver.

domingo, 26 de julio de 2009

El voto duro del PRI

El voto a ciegas, el incondicional el que proviene de la masa campesina y obrera de México es lo que se le llama “voto duro”, y éste precisamente fue que lanzó a los priístas de nuevo a tomar las riendas del país en las pasadas elecciones intermedias del 5 de julio.
Los afiliados a las organizaciones populares, como la CNC, CNOP y CTM, entre otras, conforman las bases proletarias del país. Estas organizaciones, sin duda, se nutren de aquellos a quienes ganar un peso les cuesta cargar costales de cemento, pasarse una jornada al sol, o comenzar su labor a las cinco de la mañana. Son estos jornaleros quienes, comprometidos con su organización –que les arregla permisos, les consigue trabajo y les gestiona créditos- votan, sin cuestionar mucho a quienes han sido seleccionados como candidatos previamente por el partido.
De esta fidelidad absoluta proviene lo que se llama el voto duro, que es también un voto a ciegas por desconocer –en muchos casos- las propuestas políticas de los candidatos, sus alcances y limitaciones. El partido exige votar sea quien sea el candidato y punto. Por ello resulta un esfuerzo innecesario para los agremiados de estas organizaciones el estudiar a la persona que estará representando sus intereses en los gobiernos. A este esfuerzo, que sale sobrando, contribuye el hecho de que los trabajadores-en su mayoría- son de baja escolaridad y bajos ingresos.
La férrea organización y la obediencia sin límites que demostraron los militantes y trabajadores del PRI en la campaña del 5 de julio pasado me hicieron pensar en la China de Mao, o en los regímenes totalitarios de una Europa ensangrentada en guerras ideológicas. Sin embargo en México no existen visiones ideológicas, ni filosofías políticas. Aquí la gente solamente quiere comer; tener un empleo y ganarse la vida.
La gran incógnita: qué pasaría si la masa trabajadora fuera letrada e ideológicamente conciente? Aún más: qué pasaría si la gente tuviera una vida digna y estuviera en posición de elegir sin compromisos de ninguna especie? Seguramente el voto duro pasaría a ser blando, resbaladizo, giratorio, políglota, estrafalario, estrujador … todo, menos duro –o-.