viernes, 22 de abril de 2011

Semana Santa yoreme






Por Avelina Rojas

San Miguel Zapotitlán, 17 de abril.- La tradición de máscaras y matachines ha demostrado un blindaje ante una modernidad que amenaza con destruir las costumbres de los pueblos de México. En San Miguel las pascolas y las danzas del venado se esparcieron por toda la zona cumpliendo una vez más con la promesa sublime que el indio necesitado ofrece a cambio de una ayuda divina.
Y es que en pago de un deseo cumplido hay una “manda” y los hijos devotos que se sometieron a ella se van a bailar envueltos en un ropaje de manta y lana, cubiertas las caras, bajo un sol inclemente, sufriendo los calores y los sofocos recorriendo kilómetros sobre caminos ásperos. Y así responden a ese milagro bondadoso que reciben de sus vírgenes y santos, pues ser “judío” o “matachín” es una tradición indígena yoreme.
Algo característico de este pueblo es la conservación de un centro ceremonial donde se efectúan las fiestas tradicionales sin la presencia de ninguna autoridad católica.
Este centro es una iglesia de muros blancos erguida sobre las faldas de un cerro que se conoce como “de la zorra” y está presidido por un consejo de ancianos y una directiva.
Vicente Velázquez, José Heredia, Vidal Valenzuela y Toribio Jiménez integran el Consejo de Ancianos.
De los 10 directivos de este centro, tres son mujeres: María de Jesús Aguilar Cevejea, secretaria; María de Rosario García, tesorera; y Matilde Zamora Velázquez.
El resto de la directiva está configurada por el gobernador, Pedro Cevejea; el Presidente, Román García; el Vigilante, Telésforo Alvarez; y los suplentes Félix Buitimea, Cornelio Velázquez, Ezequiel Moroyoqui y Joaquín Alvarez.
Federico Alvarez  es un indígena menudo pero fuerte, rebasa los cincuenta años y es la figura más importante dentro de esta iglesia. Su puesto –dice- es el de “sacristán”, pero en realidad es él quien ejecuta los rituales en este recinto sagrado: bendice el agua, bautiza los recién nacidos y despacha las almas después de morir.
Alvarez afirma que su devoción religiosa es don heredado de su madre, quien ya murió, pero que en vida fue “fiestera”.
Mi madre –agrega- estuvo a punto de ahogarse en el río y le pidió a la virgen Guadalupe que la salvara. A partir de entonces ella organizó festividades tradicionales como pago. Yo, su hijo, a los diez años continué con las tradiciones, señala.
Pero Alvarez dio un paso más: sustituyó a los curas católicos en la iglesia yoreme y se volvió “rezador”. De esa manera los habitantes de este pueblo celebran doblemente sus nacimientos, matrimonios y entierros. Hay una iglesia católica; y otra yoreme, donde Alvarez figura de manera principal.
Los festejos ceremoniales comenzaron el viernes primero de marzo, con algo que en la tradición yoreme se llama primer “conti”, que quiere decir vuelta o recorrido.
El festejo fue una procesión ofrendada a Santa Ana, la madre mayor, abuela de Cristo, y finalizan el domingo 24 de abril, día de la resurrección.
Durante estas celebraciones los “matachines” agitan sus maracas o “ayales” y tocan sus tambores en danzas que se vuelven frenéticas después de horas de beber alcohol.
Las tradiciones parecerían conservarse de manera intacta, de no ser por los eventos violentos que han sacudido el país en estos días. Las autoridades han eliminado los horarios de medianoche, como una medida para conservar el orden, según informó Concepción Buitimea Murillo, judío durante 20 años, quien ahora acompaña a sus cinco hijos en las procesiones religiosas.
En esta comuna que solía ser enteramente patriarcal, la mujeres han irrumpido con fuerza demostrando que son buenas tanto para la danza como para tocar el tambor.
María de los Angeles Velázquez Velázquez, del ejido Gabriel Leyva Solano dice: “Yo me entregué por una manda que hizo mi mamá.
“A los diez años yo estaba perdiendo la vista y mi madre me entregó a la tradición a cambio de salvar mis ojos, por eso ando aquí, en las corridas, con los judíos tocando el tambor.
Yesenia Guadalupe, danzante en la fiesta del Domingo de Ramos dijo: la participación de las mujeres es una cosa que se acepta “mi tío y mi papá bailaban y yo sigo la tradición de ellos porque desde chiquita me gusta esta cultura”.
Asimismo la modernidad ha proporcionado una inspiración nueva en la manufactura de las máscaras. Aquellas que antes eran de pieles de venado y jabalí, ahora son superficies  acartonadas, una copia de personajes o animales salvajes o monstruos.
Para Joel Rodríguez hacer máscaras es un placer. Nació frente a la ramada indígena de este pueblo y desde hace diez años se ha dedicado a la manufactura de máscaras.
En la tienda de Rodríguez es posible comprar “ayales” maracas- y morrales. Las máscaras las fabrica con cueros de vaca, venado, cabra y jabalí.
Es precio de estas máscaras va desde 300 hasta 2, 700 pesos.
“Pongo un granito de arena para que no se pierdan las tradiciones”, afirma-0-.